Creí que nunca escribiría acerca de extraños momentos que se puede pasar en 5 años colegiales.No creí encerrarlos en una columna de un blog trotamundos.Pues, y si me falta por agregar, no parece ser fácil relatar acerca de vivencias que difícilmente se pueden borrar del chip, ese chip que utiliza la rebobinada de un cassette musical.
Han pasado más de 9 años. Todos ellos con un matiz de desenfreno ingenuo, inseguro, con dudas amortiguadas por la sensación a creer en que la amistad podía ser para siempre. Y habrán a quienes no podré olvidar así de fácil. Porque en la fragilidad memorial no es seguro apartar a dos muchachos (muy ambiguos ellos) que tuvieron una unión y desunión paralela.
Fue en el colegio en que los conocí.Fueron esos instantes de los que nunca se alejan así estén lejos.
Era el primer día de clases del 2003; un día soleado e incólume: sobre él se posaba las sombras de muchachos deshinibidos, pero que a la vez mostraban la clemencia de un lunes 14 de abril.La entrada exacta era a la una de la tarde. Era un horario desaforado, poco expectante, pues éramos de los que creía en la chacota como miembro de nuestro grupo de ingenuos practicantes de la errónea manera de ver al colegio. Nunca fuimos los mejores, pero tampoco los peores. Éramos unas ladillas, unas "ratas" que querían divertirse un poco. Los colegiales siempre nos hemos portado de esa manera, pues nadie nos podía reclamar actitudes dentro de nuestra etapa pubertana.
En ese año fue donde nos preguntábamos acerca de los gustos con sabor a experiencia. Una no tan conocida forma de experimentar. Era entendible que nadie nos entienda.Sólo éramos chiquillos en busca de conocimientos. Las clases la impartían profesores ,que con el debido respeto,solo buscaban refugiarse en los años para acceder a una jubilación. A pocos les importaba si aprendimos, a pocos les importa si sabemos. Tengo entendido, ahora, que nunca se preocuparon por nosotros, y que, las "clases" de displicencia y relajo mental, solo eran las primeras líneas de un equivocado sistema de no desarrollo. Y fue acertada una aclaración que hizo un profesor de inglés: "no porque se sienten en los pupitres es que ya están aprendiendo". Era una frase para nunca olvidar, para no dejar pasar. Pues, en lo que nos restaba del tiempo, la pasábamos entre juegos tecnológicos que se asomaban en nuestros ojos. Particularmente, los juegos, como vicios, me resultaban efímeros, aunque tendía a tomarlos en serio. Aquellos dos muchachos que conocí, que se hicieron mis "amigos" pues no lo vieron de manera diferente. Estuvimos en toda esa orbe de chiquillo curioso. Estudiábamos para los exámenes: con un mando en la mano y otro con el lapicero. En el 2003 cursábamos el 3 año de secundaria. En los dos años pasaderos la pasamos en el umbral de olvidar nuestros años de niños traviesos, para así poder pasar a ser puber curiosos.
Esos dos muchachos eran lo máximo, y no sé si lo siguen siendo.Uno se dedicaba a entrenarse con un libro de matemática que yo le prestaba;un libro al que ya no veo seguido, y del que creo ya lo olvidé como los demás libros que nunca apliqué. Le prestaba con la promesa de que me enseñara, pues tengo que aceptar que no soy bueno para resolver problemas numéricos,pero sí para buscar oportunidades. Se llamaba y se llama Quinto Chamorro. Aún lo tengo en la casilla de las promesas no cumplidas. Fue, quizás, un engaña muchachos, un capta ingenuos, para así lograr saber y olvidarse de quien lo apoyó. Pero no fui un vengativo, y a pesar de la ingenuidad, creo que hice bien. Eso me enseñó a compartir cosas sin esperar nada a cambio de la misma persona.
Puede sonar curioso mencionarlo, pero hasta estos momentos sigo ayudando sin que nadie me devuelva un favor.
Cuando Quinto pasó a ser mi amigo momentáneo, creí que creceríamos juntos, como los buenos árboles selváticos.Sin embargo, las cosas no pasaron así, pues el destino nos cruzó una mala pasada: su cambio me cambió a mí también. Cambió para volverse en un pedante matemático, un monolito con libro, un gigante con techo de enano. Eso fue Quinto: un aborrecible pedante.
No obstante, ahora puedo entender ese egocentrismo; ahora puedo entender su manera de comportarse con los que pregonaban ser sus sinceros amigos.
ÉL entró al colegio cuando recién vino de la parte sierra del Perú. Muy característico: con una peinada inglesa (raya al costado); con los ojos chinitos; camisa recién salida de la plancha, como quien va a una fiesta; con la correa de cuerina y sujetada a la cintura; y con una ingenuidad que se le notaba al entrar al salón. Aunque carecía de dinero para comprarse un buen uniforme, él trataba que se parezca a la mejor prenda que podía utilizar un escolar. En el salón lo mirábamos con extrañeza, pues los "limeñitos"somos los más alienados a la moda, y del que venga uno de la sierra de esa forma, era como desubicarnos y decir "éste está loco". Los chiquillos de ese 2003 recién empezaban a tener una visión de no autenticidad, porque lo que nos vendía y nos vende la televisión es eso: pura alienación.
El internet era una novedad para quienes deseábamos una computadora,y a pesar de que ya se había hecho patente en algunos distritos,en el nuestro era muy raro que alguien tenga una computadora con internet. Las cabinas recién se posicionaban en la periferia, y los que estaban se llenaban de chicos con cara de hipnotismo. En el año de 1999, la hora en una cabina de internet costaba 5 soles; algunas, 6; otras,7. Todo eso se transformó cuando se masificó, pero aún era difícil comprarse una. Lo explico así porque bordeaban los más de US$ 1500; o sea, en ese año, cada padre no ganaba más de los 1000 soles, o había quienes eran comerciantes, pero que no sabían que era un aporte importantísimo para sus hijos. Tuve la suerte de que mi padre conozca, a través de mis primos, el valor de una computadora para el futuro de nosotros. Eran tiempos donde se iniciaba una etapa.
Esa etapa en la que mi amistad con Quinto ya se desplomaba, donde acaecía todo lo que ambos compartimos, pues la pedantería ya se había combinado con la viveza criolla en un puber ingenuo y lleno de dudas. La tecnología entraba a nuestras vidas, la amistad se apartaba de la mía. Todo ocurrió con ese cambio del que anuncié en las primeras líneas. Terminado ese año no lo volví a ver, pues fue hasta el 2008 donde me lo encontré con un maletín de cuero (ya no la cuerina que siempre portaba). Es día de noviembre era el menos esperado; pues yo con 19 años y él con 22 no conspiramos coincidir en aquella entrada del mercado del distrito. Un abrazo y una pregunta fue todo lo que nos dimos.
Pero dentro de la pregunta nació otra pregunta, y me puse a recordar a esa otra persona que nos acompañó en aquellos años de bufaladas, de trabajos flojos, de lecturas a medias. ¿ Y como está ella?, una pregunta primeriza, que engloba en una sola columna una sensación a despiste y recuerdos apagados. A la que él me refería era a esa otra persona: una mujer de cabello no tan corto y pelo griseado. En el tiempo en que nuestra amistad llegaba a su punto más alto, se acercaba una mujer con la que hicimos un trio casi perfecto, pues la perfección no fue nunca de nuestra importancia, mas solo su valor como el argumento de nuestro prólogo.
Yicán es su apellido. Una mujer que tenía unos ojos casi de niña. Un cuerpo que era muy deseado por los precoces pubertos. Una sonrisa que no pasaba desapercibido. Una casi modelo morena de buen cuerpo. Los chiquillos, creo yo, siempre van a ser el reflejo del respeto de sus papás. Tenía compañeros muy irrespetuosos, esos que se escondían en el grupo para mandarte piropos extravagantes y mal intencionados. Creo que ahora se ha hecho una costumbre hablar de esa forma. Y no solamente en un grupo de chiquillos, sino que la idiotez varonil se presenta hasta en los más "preparados hombres"(no les digo profesionales, pues no se puede ser profesional con calaña de irrespetuoso). Casi siempre el morbo se ha respresentado en la curiosidad y sobrexageración adolescente y menos adolescente. El pandillaje es una buena excusa para decir que "nadie me comprende", que "nadie me quiere", y que por eso "busco más allá de mi familia". Digo que hay coherencia, pero también hay una falta de autenticidad, de predominar tu futuro, tu falta de visión ante el mundo. Y por ello, el agruparse en una esquina con una mototaxi, con altoparlantes, con la llamativa emulación a forma de animal, pues quizás hace que la falta de respeto se haga latente.
Una vez me dijeron que la familia es un núcleo que domina la sociedad. Pues bien, la falta de amor debe ser un enigma inexplicable;pues como deben decir los que estudian eso: "si no los formas, se deforman".
Yicán era una chica que formaba parte de esa deformación. Y aunque tenía un cuerpo asediado por esa forma casi perfecta, la deformación de su corazón y de su vida le hacían contracorriente. Sus padres eran separados. Tenía una vida de la que yo la llamo "vivir en la cuerda". Vivía con su mamá, y no sé si seguirá viviendo. Era una chica con sueños que difícilmente se podría creer que llegaría a cambiar. Estudió la primaria en un colegio particular: el mejor de todo el cono norte.
La conocí en mi etapa buena con Quinto. Fue la segunda en entrar al salón. Después de lo extraño que resultó ver al señor Chamorrro, ése fue como cambiar el cassette del lado B al lado A.
Nos hicimos amigos después de un tiempo. Con el pasar del tiempo, pusimos en la palestra una bitácora de todo lo que veníamos haciendo. Fue hermoso poder compartir momentos agradables con ella. Aún no se conocían (ella y Quinto), pero veía que podían converger muy bien. Decidí presentarlos, hacerlos compartir, al igual que compartía con ella, muchas cosas agradables. Nos abrumó el respeto, la no codicia de añorar la felicidad del otro. Quinto era muy repulsivo a veces; Yicán, una doncella de la santa paciencia. Yo era el menos interesado en cosas superfluas,pero no sabía aún que era lo superficial. Creía que nuestra amistad duraría toda la vida, toda una perpetuidad. Pero, a los casi 7 meses, ocurrió algo que nos alejó demasiado. Casi, casi puedo decir que nos catapultó en un viejo hoyo de nuestros pasado. Sus vidas eran difícil de entender, de comprender. Cada uno de nosotros venía con diferentes conflictos, y nos refugiábamos en nuestra cobacha amical.
Esos siete meses fueron los más perniciosos, pues se agrababa más el problema de Yicán. Quinto comenzaba a mostrar ese lado pedante que me mostró con el pasar de las semanas. Yo era un chico confiado, y creo que lo sigo siendo. No me imaginaba que ese año podría ser un año de cambio y de reflexión. Fue en ese entonces que pude sacar mis primeras ideas que estaban dormida por el somnífero educacional.
A Yicán le había engañado su novio; a Quinto le había poseído la avaricia. Yo no me explicaba por qué nuestra amistad se derrumbaba. No lo pude entender.
Casi al llegar el séptimo mes de amistad (era casi diciembre), esa dicho estado amical estaba completamente destruido. Habíamos peleado. Ya no hablaba con Quinto. Yicán estaba consumiendo dogras. No podíamos vernos. Nadie se enteró de nuestra separación. Éramos un grupo ejemplo: con calificaciones por sobre los demás y con una amistad a prueba de balas. Creo que no nos fijamos en los cañones.
Fue difícil separarnos, pero era lo mejor. Quinto y Yicán tuvieron un problema grande:la indeferencia de los padres y de la desahuciada problemática del cogito (ser). Ese año no terminó bien.Nuestras notas bajaron. Los profesores seguían siendo un palo de cojo en todo el sistema educacional (lo siguen siendo). La curiosidad de un puber se fue transformando en una necesidad de aprendizaje de un adolescente. Los años seguían y siguen pasando. Yo conseguí reflexionar más y conseguí, al terminar el colegio, pensar en ingresar a la universidad.
Después de esa subpregunta, lo único que se me viene a la mente es aquellos años que aprendí a experimentar en una perpetuidad mentirosa. De aquella manera que vemos a la amistad con cara de facilismo. Ser amigos no es fácil cuando dos niños miran en la ventana el horizonte desde una caja de dulces. Aquellos dulces que pasan con el pasar de los minutos. Y que ya no dejan más que ese sabor a necesidad, y de la que al no tener nada nos lleva a la depresión.
Aprendí mucho a compartir la amistad, y fue con una línea en ese epitáfio que puse en el aire una frase que me quedó para siempre:"yo no veo lo que tu ves en mí; yo no tengo una amistad como la tienes tú; yo no soy como crees tú; sólo búscame mi yo y te darás cuenta quién puedo ser"
hasta más vernos